El juego del trompo es uno de los más tradicionales y universales de la calle, con todas las connotaciones que esta palabra encierra. Tal vez por eso ha dejado de practicarse, al menos en la manera que se hacía antes. Hoy los niños no suelen jugar en la calle, sobre todo en las ciudades, porque esta ha dejado de ser un escenario apto para juegos infantiles.
Sus diversiones están más en casa con la amplia oferta de dispositivos electrónicos y, de salir, suelen hacerlo al parque, donde se entretienen con los aparatos existentes en estos recintos infantiles: balancines, trepadoras, toboganes o columpios, básicamente.
Orígenes del trompo
Los orígenes del trompo son muy remotos. Hay referencias a este juguete en las antiguas civilizaciones de Tebas, Grecia o Roma y, también, al otro lado del Atlántico, en la América Amerindia. De todos modos, para practicar este juego no es necesario recurrir a su basta historia.
Requiere destreza a la hora de enrollar la cuerda a su alrededor, de lanzarlo para hacerlo girar sobre una superficie o, sin dejar de girar, tomarlo del suelo y hacerlo “bailar” en la palma de la mano, pasarlo de una a otra…
El trompo, aun en sus distintas variantes, mantiene siempre una forma cónica destinada a mantener el efecto giroscópico que se produce cuando es lanzado siguiendo unas determinadas pautas. Remata en punta, la cual para los niños más pequeños suele ser roma y de plástico, con el fin de evitar cualquier daño, más bien tipo peonza.

Al trompo se puede jugar de modo individual o colectivo. En el primer caso se trata de realizar distintos ejercicios de destreza con él; pero su popularidad no llegó por ese lado, sino porque era una actividad recreativa adaptada a la calle, con ese “toque crudo” que esta dictaba en tiempos pasados, incluso en los juegos.
Rompetrompos
En el juego colectivo había distintas modalidades, pero una muy habitual, sin ningún tipo de eufemismos, era la rompetrompos. A tal fin, lo primero que se hacía era sustituir la punta roma que el trompo traía de serie por una púa afilada, la cual permitía mantener durante más tiempo al juguete -o «pequeña arma arrojadiza»- en estado de rotación sobre una superficie consistente.
Aunque en el fondo, el objetivo prioritario no era ese, sino hacer el mayor daño posible al trompo del compañero de juego. Se celebraba cada muesca, cada dentellada que la punta afilada de hierro o acero grababa sobre la superficie lisa de trompo adversario. Ya cuando se conseguía rajarlo al medio, el hecho era celebrado con gran jolgorio por todos los participantes, menos por el dueño de la unidad rota. En este sentido era más «agresivo» que el juego de las canicas, por citar otro típico de la calle.
Enseñanzas de la calle
La contrariedad del jugador damnificado, de inicio, también formaba parte del deleite colectivo, aunque más tarde hubiese cierta compasión y, en general, la aceptación de que en el juego, o en determinados tipos de juegos, se puede ganar y perder.
Las enseñanzas de la calle, incluso en el ocio, solían quedar bien grabadas. Hoy en día la calle es otra cosa, pero la infancia continúa teniendo en ella una escuela y una amenaza.