Hay estudios de psicología, sociología, que nos explican el deporte en la infancia, de cómo ayudan al proceso madurativo, a la integración del yo, a entender y aceptar distintos roles y reglas…efectivamente hay un sinfín de estudios, publicaciones que hablan de ello. Yo mismo he dado charlas y escrito sobre la aportación del deporte en la infancia ; pero me dijeron ¿y qué tal contar tu experiencia propia? y como nos cuesta poco rendirnos a nuestra vanidad aquí estoy escribiendo unas líneas.
¿Qué aportó el deporte a mi infancia?
Desde luego todo lo que dicen un sinfín de artículos, libros y estudios, pero sobre todo libertad y la posibilidad de elegir. Todas las elecciones van modificando el devenir de nuestra vida y yo elegí ser ciclista. Hasta los trece años practiqué todo cuanto deporte se me ponía por delante, fútbol, atletismo, balonmano, voleibol… el deporte me dio libertad, me permitió ir conociendo mis habilidades, mi cuerpo, mis gustos…y después de empezar en el ciclismo mi libertad se convirtió en elección. Elegí el ciclismo y fui dejando el resto de deportes en un segundo plano. Eso fue lo primero que aprendí en la infancia; era libre y podía elegir. 36 años después de aquel momento, ya rondando los 50, cada vez que llego a casa después de salir en bici sigo con aquella misma sensación de libertad.
Eso es lo primero que aprendí, pero ¿qué fue lo primero que me enseñaron? A olvidarme de mi y pensar en nosotros. Nunca ganaba yo o un compañero, siempre era un ganamos. Ese nosotros en lugar del yo me enseñó a sumar esfuerzos y ese aprendizaje tampoco me abandono hasta hoy.
He trabajado y ayudado a muchos compañeros, algunos de ellos grandes ciclistas, y me han ayudado y trabajado exactamente igual que yo lo hice; esto se llama trabajo en equipo, aprender a desempeñar distintos roles y aceptarlos, a la integración en el grupo, socializar…y estos conceptos se van fijando en la infancia y lo normal es que perduren en el tiempo.
Trabajo en equipo
Trabajo en equipo; eso también lo explican los libros, pero esa sensación de levantar las manos al cielo en señal de victoria y…el que gana es tu compañero, pero las levantas porque sabes que él ha ganado por tu trabajo, porque le has lanzado un sprint, atacado en el momento justo… para que remate el trabajo o cuando era yo quien ganaba girar la cabeza y ver a tus compañeros levantando los brazos igual que tú los levantas; Ese sentimiento de equipo se puede explicar en un libro, pero no se puede sentir si realmente no formas parte de un equipo. El ciclismo es un deporte de equipo cuya clasificación es individual.
Mis inicios fueron en un equipo modesto con tres compañeros, que, al igual que yo, empezaba también con más ilusión que medios. Era nuestra ilusión y la de los que nos querían enseñar. Y terminé unos cuantos años después en uno de los mejores equipos ciclistas amateurs de España, con esa sensación de libertad y ese nosotros intactos a pesar de lo que habían cambiado las exigencias con el transcurso de los años.
Exigencia
La exigencia del equipo y la exigencia de uno mismo fueron cambiando con los años, el compromiso con lo que hacía, con el equipo, los compañeros, con uno mismo, eso también me lo aportó el ciclismo en mis primeros años. Confiar en mis compañeros y saber que ellos podían confiar en mí. Mi autoconfianza; yo mismo confiaba en mí, en el trabajo que había hecho para alcanzar un objetivo y me enseñó a tolerar la frustración, porque lo normal es no ganar. Se «pierde» muchas más veces de las que se ganan y eso también nos lo enseña el ciclismo más pronto que tarde. Por eso aprendí que no ganar no es más que un resultado, pero no lo que nos define.
Respeto
Respeto por uno mismo, por los compañeros, por los rivales, por las normas, por las figuras de la autoridad. Eso me lo enseñaron pronto. No voy a negar que en las carreras…bueno, a veces en el fragor de la batalla intercambiamos algunas palabras gruesas con los rivales, pero cuando terminaba la carrera dejábamos de ser rivales y compartíamos ratos de espera por los resultados, veíamos las carreras de otras categorías, compartíamos bocadillo y bebida… pocas cosas son más sanas que dejar la rivalidad donde se tiene que dejar y no llevarla más allá de lo que dura la carrera.
Cuando yo empecé no había, como norma, padres forofos sino padres que animan a todos los ciclistas fuesen del equipo que fuesen; premiaban el esfuerzo de todos por encima del resultado de su hijo. Muchos de esos padres, padres de rivales terminaron por convertirse en amigos y ese comportamiento reforzaba el nuestro. Rivales en carrera, compañeros de deporte al terminar y muchos amigos con el paso de los años.
Renuncia
Si empecé diciendo que me dio libertad y posibilidad de elegir ocurre que cuando uno elige por el mero hecho de elegir renuncia y yo renuncié a algunas cosas. Yo iba menos a la playa, vacaciones…que mis amigos porque tenía que entrenar, yo iba a menos fiestas porque tenía que entrenar…
Sin duda el ciclismo fijó muchos valores en mis primeros años, me enseñó a esforzarme, a comprometerme, a tener unos hábitos saludables y me dio buenos y grandes amigos muchos de los cuales lo siguen siendo a pesar de que en algunos casos vivimos a miles de kilómetros pero sobre todo me enseñó a ser feliz y el bendito placer del que sabe que ha elegido bien, el placer de un gran número de experiencias unas buenas, la mayoría, y otras no tan buenas. También me regaló algunos huesos rotos y algunas cicatrices, aunque creo que eso no lo dicen los libros, pero ¿qué sería de un ciclista sin una cicatriz y una buena historia que contar?
Dolor
Eso se aprende pronto en una bici. El dolor físico y mental. Pronto se aprende a convivir con dolor de piernas, con el frío, con el calor, con un cuerpo dolorido después de una caída, pero infinitamente peor que el dolor físico es el mental. Saber que tienes que aguantar una pedalada más aunque no puedes, crees que no puedes; saber que vas sufriendo y lo peor está por llegar, dolor en el orgullo por no ganar una carrera a causa de un error o una mala elección.
La tortura de ir al límite y saber que te quedan unos cuantos kilómetros. Ese dolor por sí mismo no sirve de nada, es efímero, pero ese dolor si no te vence te hace fuerte, con un carácter que no se aprende en los libros. Es un dolor que ayuda a conformar un carácter.
Placer
El placer de haber superado el dolor, de saber que tú sufres, pero eres tú el que está “torturando” a tus rivales, ese placer de que sabes que pase lo que pase hoy es tu día, el placer, la plenitud que se siente al ganar (uno mismo o un compañero), el placer de haberlo dado todo, de haber hecho lo que tenías que hacer y aun así no haber ganado.
El ciclismo me dio una bendita sensación de tiempo invertido. Invertido en aprender a esforzarme, a conocerme, aceptarme, a compartir el esfuerzo el triunfo y la derrota. Invertido en una sensación de plenitud y felicidad que siguen durando a pesar de los años.
Amistades para siempre
Unas amistades, las de los compañeros de equipo, se fraguan con horas y horas de entrenamiento, con horas de coche a las carreras, con un objetivo común… Esas amistades se fraguan pronto y suelen ser inmutables. Aunque pases años sin ver a tus viejos amigos de infancia, esos lazos perduran. Otras, las de los rivales se van forjando más lentamente, durante carreras y más carreras, con los años.
Cuando las carreras ya no son solo de un día, esas amistades siguen creciendo en hoteles, en esperas para cenar, en un paseo después de la cena, en un café viendo clasificaciones… y la mayoría se van consolidando hasta convertirnos en «hermanos de sangre». Somos ciclistas… y nos sentimos distintos al resto, somos parte de un grupo.
Rivalidad sana
Fuimos rivales, pero la rivalidad sana se convierte en amistad y así, pasados casi 25 años desde que dejé de competir, una buena parte de aquellos “rivales” seguimos viéndonos una vez al año; hacemos una carrerita y nos vamos a cenar y a contar historias, rivalidades y batallitas. Es actitud se fragua en la infancia, se aprende en la infancia, y aunque los libros la puedan explicar, aprenderla en primera persona aporta valores perdurables para toda la vida.
Cada vez que llego a casa después de andar en bici, haya sido un buen o mal día de pedales, siempre pienso: yo sé porque me gusta andar en bici y es posible que eso no lo haya aprendido en ningún otro sitio que en mis años de infancia subido a una bici.
Nota del editor. Fernando Tellería (psicólogo y CEO en Direcciona Consulting) nos aporta este artículo para InfantiaN desde su doble condición de sicólogo y deportista/ciclista, que aun habiendo llegado a brillar con luz propia en el ciclismo amateur español entre las décadas de los 80 y 90, nunca tuvo el deporte como su profesión. Su experiencia personal, por lo tanto, nos parece muy válida para madres/padres que se encuentran en la tesitura de inscribir a su hijo/hija en una escuela deportiva, como decía el autor del artículo, más allá de lo que nos cuentan los abundantes y valiosos estudios que se han escrito sobre la materia.