Son tiempos de espera, aun sabiendo que tras la pandemia no dispondremos de un período extra que nos recompense de esta etapa ‘perdida’. Las vidas están acotadas en las trincheras del Covid-19, mientras esperamos la vuelta a la normalidad. No importa que no sea posible vivir dos veces la misma normalidad, esperamos.
Los niños más pequeños ven las mascarillas con cierta naturalidad, como algo casi de siempre. Para ellos son como los zapatos, que en la edad más temprana rechazan también porque les resultan incómodos en los pies. Y aun rechistando, viven esta situación de trincheras como algo habitual. No conocieron otra época. Aunque desgraciadamente hubo otras trincheras -y las seguirá habiendo-, ellos ignoran que la actual es novedosa para los adultos.
Decía el Premio Nobel de Literatura Mo Yan: “Morir es fácil; lo difícil es vivir. Y cuanto más difícil se vuelve, más fuerte es la voluntad de seguir viviendo…”. No se nos han concedido tiempos de espera. Hay que intentar vivir también en estas trincheras del Covid-19 en las que una gran parte de la población mundial se siente atrapada a la espera de que definitivamente estalle la paz o se firme una tregua duradera.
Desasosiego y frustración
Esta situación en muchos casos altera el ánimo, causando desasosiego y frustración. “Se espera una gran ola de trastornos mentales tras el Covid”, se ha podido leer en algunos titulares. El ser humano tiene gran capacidad de adaptación e intenta llenar también de vida la trinchera, vida en muchos casos interior, en forma de ilusión. Y cuando no, espera.
Comenzábamos la tercera década del siglo XXI. Estábamos a comienzos del año 2020 y se comenzó a hablar de un virus en la provincia de china Wuhan. Al principio nos resultó algo noticioso, lejano y, como todo lo asiático, un tanto exótico, aunque al mismo, generaba recelo, como todo lo que ‘se cuece’ en China. Pronto llegó hasta nosotros y padecimos sus efectos en nuestras propias carnes.
Con el tiempo, hemos asimilado que la pandemia del Covid-19 es como una sustancia viscosa y muy pegajosa que al intentar arrancarla de una mano se nos pega en la otra y que la tratar de sacudirla salpicamos al de al lado y cuando creemos que nos hemos librado de ella vuelve por el otro costado como un bumerang, pero con un nuevo aspecto, disfrazada de cepa mutada.
Sin tiempos añadidos
En esta época de encierros y mascarillas, de distancias y aislamientos, el tiempo de la población del mundo no se detiene como en esas competiciones deportivas en las que se para el reloj cuando la pelota sale fuera o se añaden unos minutos extra a la conclusión del período reglamentario.
Esta etapa de Covid cuenta también como parte de nuestras vidas y, aunque no sepamos bien cómo, tenemos que seguir viviendo. A veces deseamos volver a la ‘normalidad’, pero otras tampoco estamos tan seguros; porque de aquella normalidad estábamos intentando salir hacia algo diferente cuando nos sorprendió la pandemia.
No podemos ser espectadores de nuestras vidas
No nos es posible sentarnos a la puerta de casa, esperar y ver pasar nuestra propia vida como algo ajeno a nosotros. No nos está permitido ser espectadores de nuestra propia vida. Más intensa, menos intensa, más o menos grata, hemos de vivirla dentro o fuera de la trinchera en todo momento. Solo en estados oníricos o de inconsciencia parece que la dejamos temporalmente de lado; pero no podemos distanciarnos de ella, alejarla de nosotros, ni detenerla durante un tiempo para empezar a vivirla más adelante, cuando estemos de mejor humor o con más fuerzas.
La normalidad no existe
Después del Covid-19, no habrá tiempos extra, por lo que tenemos que seguir viviendo también en tiempos de pandemia, sobrellevando las circunstancias que nos envuelven. No debemos esperar la vuelta a la ‘normalidad’ para empezar a respirar vida de nuevo, entre otras cosas porque, del mismo modo que dicen que nunca cruzamos dos veces el mismo río, tampoco podremos vivir dos veces la misma normalidad. En definitiva, no podemos esperar por la normalidad, porque en realidad no existe.