El coronavirus paró el mundo: ¿buscamos otras metas?

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El coronavirus paró el mundo
El coronavirus paró el mundo

Las consecuencias que se van a derivar de esta situación de pandemia creada por el coronavirus son impredecibles. “Paren el mundo, que yo me bajo”, es una frase que se le atribuye al genial Groucho Marx y que jóvenes de las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo tomaron para sí, dando muestras de su desencanto. En contraposición, esta otra que hemos oído hasta la saciedad: “El mundo no se puede parar”. Pero se podía, el coronavirus paró el mundo.

Conmoción mundial

Tercera semana de confinamiento en casa. La conmoción que a nivel mundial ha creado el coronavirus se vive muy directamente en España. Los motivos son obvios, los ofrecen las cifras de contagios y de muertes que se han producido desde finales de enero. No las expongo, porque al acabar de escribirlas ya se quedarían desfasadas. Están en progresión continua.

En mayor o menor medida, la pandemia afecta a todos los países del mundo, porque aquellos en los que no ha tenido una gran penetración, tratan de evitar por todos los medios que se propague. Los esfuerzos vienen a ser también muy elevados, tanto en lo humano como en lo económico, con la paralización de gran parte de las actividades.

Familias desprotegidas

Desde el primer momento, un gran número de familias quedan desprotegidas en todas las latitudes del planeta. El pan entra en muchas casas día a día después de ir a trabajar, no antes. Si no se va al trabajo, el suministro del pan se corta automáticamente, generándose un drama en muchos hogares.

La sociedad quería detener el mundo

El coronavirus paró el mundo o nos ha obligado a pararlo. No sabemos qué consecuencias tendrá y hay bastante temor a cómo pueda ser su arranque de nuevo; pero, en general, se percibe la sensación de que una amplia mayoría en las sociedades occidentales quería que el mundo se detuviese.

El ciudadano pedalea por inercia

La carrera alocada que llevaba parecía carente de todo sentido. Vivir se había convertido para el ciudadano occidental en un pedalear continuo en medio de un gran pelotón, sin percibir lo que le viene por delante. Y lo que vas dejando atrás lo aprecias fugazmente con el rabillo del ojo, como una sombra, un reflejo o un destello.

Las personas en los países occidentales pedalean las más de las veces por inercia, por no quedarse atrás y porque, supuestamente, delante está la meta, con unos premios que muchos dudan de estén a la altura del esfuerzo. Siempre en medio del pelotón y sin ver claro lo que viene por delante.

Tantos por ciento de felicidad

Después de este parón, los ciudadanos tendrán que volver a la bicicleta y, dadas las circunstancias, muchos se darán por satisfechos si encuentran una, porque la amenaza del paro es muy grande. Otros necesitarán remontar desde atrás, con un duro esfuerzo, que se intenta aminorar con ayudas sociales en los países más avanzados. Ir en el pelotón de nuevo será relativamente cómodo, porque nos protegerá del viento de cara, pero posiblemente vuelva a ser una tarea insípida y tediosa.

Nos hemos centrado demasiado en lo material, en los tantos por ciento de felicidad, en el éxito medido en dinero, que hemos renunciado a la esencia de vivir. Hemos visto en estos días médicos jubilados que han acudido voluntarios para ayudar a las personas contagiadas, exponiendo su vida y sin mirar la recompensa económica.

Sin embargo, algunos medios de comunicación ya hacen comparaciones entre lo que gana el personal sanitario en España y en otros países, considerando que están mal retribuidos, que con mayores retribuciones se solucionarían no se sabe qué males. Quién habla de dinero en un momento de vida o muerte. El dinero puede llenar nuestras casas de cacharros, pero no puede llenar nuestras vidas.

El coronavirus paró el mundo. Este volverá a arrancar. Tal vez sería el momento de buscar nuevas referencias, otras metas.

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