Crecer en Malena. La infancia es esa etapa en la que día a día, pausadamente, vamos abriendo los ojos al mundo. Todo nos resulta desconocido, todo está por aprender. Solo tenemos el mecanismo o el acto reflejo del llanto para pedir de comer o para quejarnos cuando sentimos dolor o malestar, por una cuestión innata de supervivencia.
Nacer en un lugar o en otro, en la paz o en la guerra, en la democracia o tiranía, en la pobreza o la abundancia, puede marcar esa etapa de la vida de una persona y su personalidad de un modo indeleble para el resto de su vida. Pero nosotros tampoco lo sabemos, conocemos nuestra realidad y no podemos compararla con ninguna otra.
A uno y otro lado de la orilla de la ruta del Atlántico -carretera que une la capital con Puerto Barrios en la costa del Caribe-, se asienta Magdalena, que ha ido creciendo en población en las últimas décadas hasta perder el apelativo «Aldea», que se anteponía al nombre, quedando en Magdalena a secas o, más familiarmente, Malena.
Esta vía soporta gran densidad de tráfico pesado. El peligro que supone cruzarla es alto, por lo que una pasarela se eleva sobre la ruta del Atlántico, atravesándola a la altura de la escuela, para que los jóvenes estudiantes de la zona de arriba de la localidad -la escuela queda en la parte baja- no tengan que cruzar la carretera para acudir al centro de enseñanza.
Clima cálido
Magdalena mira de frente al río Motagua y a su espalda se extiende la Sierra de las Minas. Ello no impide que las altas temperaturas sean una constante prácticamente todo el año. La gente acaba en cierto modo acostumbrándose al calor, aunque aquellas personas o familias que se van a vivir a la capital -donde las temperaturas son más suaves- con frecuencia notan el contraste al regresar.
A no ser en casos de grandes estrecheces económicas u otras situaciones familiares complicadas, en general, la infancia puede ser hoy en día agradable en Magdalena para un niño/niña, porque el entorno natural es privilegiado.
Pocas expectativas laborales
El problema va surgiendo con el paso del tiempo, porque en la zona -salvo raras excepciones- no hay una expectativas laborales mínimamente satisfactorias en la mayoría de los casos para cuando va llegando la edad en acceder al mercado laboral. Y antes, seguramente tampoco se ha podido disponer de las mínimas facilidades para acceder a una educación más allá del nivel elemental, con lo que las opciones de trabajo se reducen sensiblemente.
Para este tiempo, ya no somos aquel niño que tenía todo por aprender. Seguimos teniendo mucho que aprender, pero especialmente hoy, primero a través de la televisión y, más rotundamente hoy, por las redes sociales, sabemos lo que hay en cualquier lugar del mundo.
Emigración y sus riesgos
Nuestra primera reacción es decir: «Yo también quiero eso». En ese momento no reparamos en el coste o en el precio del nuevo mundo, de esa nueva vida que ansiamos fervientemente. De esa situación, nacen corrientes migratorias indiscriminadas a América del Norte o Europa, sin valorar suficientemente los riesgos. Siempre tendrá más fuerza la noticia de quien ha triunfado que la de los cientos que se han quedado en el camino o viven con gran dificultad en tierras extranjeras.
Aprovechar la infancia para ir adquiriendo una buena educación -acorde con la edad-, tener la oportunidad de acceder a una formación profesional de calidad y un clima de igualdad de oportunidades es la base que puede llevar a las futuras generaciones a nacer, crecer y vivir en Malena.