La imagen de una entrega de bolsas con víveres a familias necesitadas es habitual en estos tiempos del coronavirus, aunque no alcanza a todos. La escena propicia algunas preguntas sin respuesta: para cuánto tiempo dará ese alimento, especialmente cuando alrededor se arremolinan un buen número de niños; cuándo llegará la siguiente y cuánto durará esta “guerra” del Covid-19. Pero una bolsa de víveres en estas circunstancias es más que una bolsa de víveres.
Una anciana llora
En una aldea de Los Amates – Izabal, una señora mayor llora desconsolada y da gracias a Dios de viva voz cuando el personal de la municipalidad le hace entrega de una bolsa de víveres. Lo agradece como si aquella pequeña saca guardase en su interior existencias como para reportarle alimento el resto de sus días.
Por la reacción, cabe imaginar el desamparo que la pobre anciana sintió a lo largo de días y noches, sin otra posibilidad que la de elevar su plegaria al Señor. En la llegada de esa bolsa, ella vio que no había sido abandonada por completo. De ahí su emoción.
Invisible
Si alguna vez aparece un desconocido por su puerta, entiende que será porque se ha perdido o por algún extraño interés personal. Nadie suele llegar para traer nada. No es de extrañar que la señora concediese a la bolsa de alimentos una procedencia casi divina.
La mujer de una aldea de Los Amates – Izabal recogió los alimentos sin hacer cálculos sobre cuántos días de sustento le proporcionarían. Para ella lo importante era que aquel donativo constituía la prueba clara de que no era invisible, de que alguien se había dado cuenta de su existencia, a diferencia de lo que tal vez había empezado a temerse tras años de desamparo.
La bolsa en el recuerdo
Mañana se acabarán los víveres, pero en el recuerdo de los receptores seguirá colgada la bolsa. Y, aunque ya vacía, les aportará un rayo de esperanza, un punto de distanciamiento de la soledad absoluta.
La otra orilla
En otras ocasiones, la bolsa de víveres tiene como destinataria una familia con niños pequeños, en un momento en el que los progenitores se han quedado temporalmente sin trabajo por la crisis del coronavirus, sin ningún fondo de garantías del que echar mano.
Las cuentas en estos casos son más sencillas de hacer y todavía más crudas. La bolsa en este caso es una piedra más en el vado que cruza el río y, asimismo, la esperanza de poder alcanzar la otra orilla.