En muchos lugares del mundo hay personas esperando a Amanda en su casita de láminas, chapas, paja o tablas en la orilla del río. No es una espera de un día o dos, ni una semana; es una vida esperando a Amanda. Peor cuando Amanda se presenta por sorpresa. Entonces su terrible furia golpea con una fuerza demoledora. Y si uno puede recuperarse del golpe, quedará esperando el regreso de Amanda con honda preocupación cada vez que sienta que el viento comienza a mover con intensidad las copas de los árboles.
Empujadas por la necesidad
Empujadas por la necesidad, familias sin recursos se ven abocadas a situar su casa, su choza o cabaña en lugares donde el terreno tiene menos valor o donde nadie le va a reclamar. Puede ser pegado a la orilla del río, al pie de un barranco, al borde de un precipicio o en una ladera escarpada donde sería más propio que anidase un pájaro… El último lugar que quedaba.
La vida para esas familias transcurre por lo general despacio, pero al límite de la quiebra. Los días son largos. Ya lo dice el refrán: «…más largo que un día sin pan». Todo es muy precario. La salud parece un milagro. La alimentación, una suerte que no sucede todos los días. El equilibrio, pura magia, que se sustenta en los resortes que mantienen en pie los castillos de naipes.

Esperando a Amanda
Y de fondo, siempre, la amenaza de Amanda. Decimos Amanda, pero podríamos decir también Katrina, Agatha, Alvin, Erik, Cosme… porque desde 1970 las tormentas tropicales dejaron de tener exclusivamente nombre femenino, por intervención de Roxcy Bolton, activista estadounidense en favor del feminismo y de los derechos civiles.
La fuerza destructora de la naturaleza es bien conocida; por eso, muchas familias en el mundo viven en vilo, esperando a Amanda. Al menor soplo, el techo se les viene encina o sale volando por los aires. Estructuras frágiles expuestas al ímpetu del viento, que no necesita ser muy intenso para hacer daño, y a las crecidas de los ríos o al desprendimiento de un barranco.

Vidas sin espacios para soñar
Estos fenómenos de la naturaleza de cuando en cuando nos alertan de la precaria situación de muchas familias en el mundo. Ha pasado con la tormenta tropical Amanda, que estos días pasados azotaba buena parte de Guatemala; pero también sucede con cualquier estado de calamidad.
El propio Covid-19 nos ha llevado a la realidad de colectivos sociales muy vulnerables, dejando al descubierto vidas en un mundo de dimensión plana, sin espacios para soñar. Solo para esperar, y nada que sea mejor. Esas situaciones tendrían que cambiar.
Las viviendas económicas no vienen
Ha habido muchos proyectos para intentar solucionar el problema de la vivienda en sectores pobres de la población mundial, para no tener que estar esperando a Amanda, con temor, cada vez que aparecen nubarrones en el horizonte. Parece que hay cuestiones más complicadas y que salen adelante, pero la solución en este caso no llega, a pesar de algunas iniciativas muy interesantes, como la de Joseph Sandy.
Sin embargo, ha transcurrido casi una década desde el premiado proyecto de su casa de $100 y poco se ha avanzado. Las iniciativas parecen haberse detenido. Tener que construir mil casas para ganar lo que se obtiene con una… No, los empresarios en ese «juego» no entran. Tienen que ser los gobiernos los que impulsen las medidas necesarias.
Casas por impresión 3D

Hay otros proyectos a partir de la impresión en 3D, como la de la empresa Icon Build. Pero hablamos de precios de $ 10,000 o, como muy favorables de $ 4,000 dólares, que podrían asumirse si estuviesen subvencionadas por los gobiernos. Hay un importante reto de futuro por delante.