Guastatoya (El Progreso – Guatemala). Camino despacio por una pequeña ciudad de Centroamérica, saltando de acera en acera, siguiendo a la estrecha y escurridiza sombra. Agradezco la bocina de los tuctuc, recordándome que están prestos para llevarme a donde desee, pero continúo andando, porque no voy a ninguna parte, solo al encuentro de la ciudad.

Avanzo y retrocedo sobre mis pasos cuando lo considero oportuno o giro a la derecha y de repente cambio a la izquierda, porque algo me llamó la atención del otro lado. Callejeo sin rumbo fijo y, a cada paso que doy, tengo la sensación de que la ciudad también me busca, de que busca al viajero.

Le pido, mientras camino, que me permita ver por encima de las últimas casas del fondo de la calle el horizonte de los montes circundantes, porque eso me relaja; que me ofrezca la fresca sombra de una gran ceiba en un parque, mejor si es un parque central; que también me proporcione la tranquilidad de una población pequeña con unos servicios cada vez más próximos a los de una gran urbe. Todo eso concede.

Parque acuático
Y si tuviese un magnífico parque acuático que, además, fuese una especie de mirador sobre la ciudad, con toboganes y piscinas donde poder aliviar el calor, eso ya sería fantástico. Puesto a pedir, demandaría también un paseo fluvial, con frondosa vegetación y grandes sombras, ideal para los paseos, para sentarme en la ribera del río a verlo bajar durante una tarde entera o a leer un libro. Y también me lo concede.

La Línea
Esa ciudad que me imagino, dispone también de un largo corredor verde sobre una antigua vía del tren, de punta a punta de la ciudad. Lo podríamos llamar La Línea. Un lugar de esparcimiento donde se pudiesen caminar o correr varios kilómetros a la sombra. No es imaginación, es realidad.

La ciudad desde una loma
Esta pequeña ciudad podría tener también una loma, un barrio alto, pongamos que, para no complicarnos, le llamásemos el barrio La Loma. Desde él se podría ver llegar tranquilo, a lo lejos y entre altivos cerros –digamos que los denominamos Cerro El Pinal y Cerro La Virgen-, un río con su mismo nombre, a veces crecido y con aguas revueltas y otras menos caudaloso, arrastrando siempre un torrente de serenidad hasta quien se detiene a verlo bajar. Podría tenerlo y lo tiene.

Ese río, contemplado desde ese alto, podría despedirse del espectador con una especie de requiebro, galantería o reverencia, no sé cómo llamarla, una curva bien definida o meandro, antes de desaparecer por nuestra derecha. Ese detalle nos ofrece también.

La panorámica me la imagino tan extraordinaria que merece la pena el esfuerzo de subir andando la empinada cuesta de acceso a ese barrio La Loma, porque los conductores de los tuctuc, por lo general, no quieren meter su vehículo por estas pendientes tan pronunciadas, que recalientan el motor y queman los frenos.

Puentes de hamaca

Me gustaría poder cruzar el río por uno o, mejor, dos puentes de hamaca de esos que nos mecen sobre el agua y nos producen unas pocas cosquillas en el estómago. Sé que es demasiado pedir, pero a cada paso que doy esta ciudad de Centroamérica me sugiere más y más cosas… y me las concede.

Malvas variopintas
Y si por casualidad en el alto del barrio La Loma hubiese una gran cruz, tal vez desde su pie pudiésemos contemplar el otro lado de la ciudad, opuesto al río y a la zona centro. Una amplia panorámica que se iniciase en un delicado mosaico de colores, como un campo de malvas, malvas variopintas que en realidad son un cementerio, aunque así visto, tan sutil, conmueve con una tristeza más contenida.


Los Chorritos
Sigo caminando. No puedo negar que aprieta un poco el calor, pero lo tolero mejor de lo que pensaba, distraído en la contemplación de los detalles que la ciudad me ofrece.
Además, llego a una zona en sombra con agua abundante, que sale por unos chorritos. Unas señoras lavan la ropa y un niño y una niña se bañan y se divierten colocándose debajo de una de estas bocas de agua, deparándoles momentos que recordarán siempre. Son pequeños y entrañables espacios apreciados por nativos y visitantes.

Torteando
Una mirada especial siempre va para las tortilleras, esas mujeres que desde muy temprano manejan una bola de masa entre sus manos, con movimientos ágiles, hasta darle la forma aplanada y circular de las tortillas de maíz. Lo hacen con tal rapidez y destreza que parece que la masa se suspende en el aire equidistante entre una mano y otra, sin rozarlas.

Diversión y ocio
Una ciudad también con diversas opciones para el ocio, con fiestas privadas, ya sean para niño o mayores; por ejemplo las que se dan en mi hotel, que escucho desde la habitación. Es el Día del Niño y suenan alto canciones como: “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña y como veía que resistía, fue a buscar otro elefante…”.
Nosotros diríamos: “…y como veía que no se caía…”. Pero ya digo, esta ciudad es un tanto imaginaria y cómo no se le va a permitir cambiar un poco la letra de una canción, o quién puede decir que no es la original.
Tarde de fútbol
Tardes de domingo. Los niños pueden ir al cine o al circo. Supongamos que hay también un equipo y un estadio para la práctica del fútbol. Hoy el equipo local juega –es un suponer- contra los Rojos, uno de los históricos del campeonato y del fútbol de país.

El ambiente es extraordinario. La megafonía ruge a todo volumen hasta el comienzo del partido. Afición y equipo son una misma cosa. La peña -denominémosla de momento La Porra- no cesa de animar con sus tambores y sus cánticos desde un rincón de la grada de general. Su mérito es mayor porque hace calor y el sol les da de lleno.
La afición quiere gol
Hay un saque de esquina o una falta en la frontal del área a favor del equipo local y la enmudecida megafonía vuelve a rugir: “La afición quiere gol, gooool, goooooool”, suena intimidatoria. El equipo contrario siente un hormigueo en las piernas, el local se va arriba con más bravura.
El rival sabe que va a padecer en ese ambiente, aunque acabe llevándose el triunfo. Al final, esto fue real, los Rojos también sucumben ante el modesto equipo local sin gran trayectoria en el fútbol nacional, pero que viene de proclamarse bicampeón nacional ante el asombro generalizado del mundo futbolístico el país.
La afición lo celebra por todo lo alto en el estadio y en la calle. Apenas unas incidencias mínimas en los aledaños del campo entre las aficiones. En el centro de la ciudad el tráfico (tránsito) es fluido y reina la calma. Antes no había semáforos ni pasos de cebra, pero ahora sí. Cuesta un poco adaptarse, pero cada vez los conductores respetan más.
Concierto de marimba
Parece que la tarde se acaba. El sol sube temprano y baja rápido en estas latitudes; sin embargo, a las 20:00 horas aún podremos escuchar un concierto de marimba a cargo de músicos locales y de un municipio próximo. Pongamos que el parque de antes, el de la ceiba, tenga también un anfiteatro, un graderío en el que poder sentarnos en el silencio de la noche a escuchar la marimba. Y un anfiteatro tiene.

Caen unas gotas de lluvia y solo unos pocos quedamos escuchando a los músicos. Por los laterales de la concha acústica y cubierta del palco que resguarda a los músicos, se divisan dos promontorios que aprietan la noche contra nosotros, el cerro El Pinal, por un lado; y el Cerro la Virgen, por otro.
La música nos lleva la vista por esos penumbrosos parajes del crepúsculo. Música y mirada se extravían, deambulan en otra dimensión, mientras unas pocas gotas de lluvia caen sobre nosotros sin sentirlas.
Y después, cuando todo se acabó, en la «insegura» Centroamérica camino despacio en solitario por las calles vacías de esta ciudad, respirando el aire cálido de la noche. Me siento bien, relajado, aunque en temas de seguridad no debemos bajar la guardia en ningún momento y en ningún lugar.
Previsión de futuro
Una ciudad que renueva lo viejo y construye lo nuevo con previsión de futuro: aceras más amplias y pequeños arbolitos a lo largo de la calle, que en unos años darán una apreciada sombra a los transeúntes y refrescarán el ambiente cálido.

Pongamos que a esa ciudad la denominamos, solo por ponerle un nombre o por hacerla inconfundible, Guastatoya. ¡Que ya existe ese nombre! Seguro que sí, porque la imaginación no nos hubiese dado para ir tan lejos.
Hay ciudades que cuando te das cuenta ya las has pasado. No en este caso. Guastatoya es una ciudad que siempre deja algo en ti.
Guastatoya sabe hacia donde camina
Desde 2015, la ciudad ha experimentado una notable transformación al menos a los ojos de este visitante. Ya en aquel año se advertía que era una población dinámica, aunque un tanto atropellada entre el ruido y el tráfico (tránsito). Todas las calles eran de doble sentido, por las aceras apenas se podía transitar y la contaminación acústica era muy considerable.
Menos ruidos
Hoy los ruidos siguen siendo importantes debido a las megafonías situadas a la entrada de muchos negocios y a la gran cantidad de motos y especialmente de los tuctuc, vehículos muy serviciales, pero que, por contra, generan mucho ruido. Aunque nada que ver con los niveles de hace cuatro años.
Buenas comunicaciones
Por otra parte, el servicio de la hostelería ha ido creciendo considerablemente también en estos cuatro años, presentando una buena oferta. Cuenta, asmismo, con una terminal de autobuses que comunica con la capital, con el entorno y con Las Champas, un centro de comunicación importante hacia el norte del país y el oriente.
Guastatoya tiene un dinamismo que no se advierte en otras poblaciones de su entorno y, ademas, hoy da muestras de saber el modelo de ciudad que quiere ser.