Hoy no había niños en la playa

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No se trata de un día de semana ni de período escolar. Es domingo y julio, mes de vacaciones; pero no había niños en la playa. No lo digo en sentido estricto, porque, en realidad, sí que hab, pero en cantidades poco apreciables, quizás 1 por cada 20 adultos o más. Demasiado poco para lo que la memoria recuerda de otras épocas.

La playa –en el sentido de ir a tomar el sol- no es un fenómeno propio de todas las generaciones. Antes la teníamos al lado de casa e íbamos a ella a pescar a la caña o con el arte (ayudábamos) y muy de cuando en cuando a darnos un baño.

En cierto modo, si no era el colegio, eran otras las tareas que los niños debíamos atender, y los domingos, salvo raras excepciones, no bajábamos nunca. Eso llegó de repente, en aluvión, quizás cuando las familias españolas fueron teniendo algo de tiempo, un coche para desplazarse y las empresas de transportes, viendo también la tendencia, comenzaron a poner servicios públicos a las playas.

Imagen de Tenia Dimas en Pixabay

Mamá, ¿ya me puedo bañar?

Los niños empezaron a pulular por la arena. De repente, cubos, palas, castillos de arena, pelotas, pelotazos, gritos, risas y llantos llenaron los arenales. La pregunta que más se repetía era: “Mamá, ¿ya me puedo bañar?”. “No, todavía no; aún no han pasado 3 horas desde la comida”, llegaba la descorazonadora respuesta.

En esos momentos, con el calor y el agua a 20 metros, el niño/niña empezaba de adquirir las primeras nociones del tiempo y a darse cuenta de sus caprichos, de su asimetría, de sus distintas velocidades: lo lento o lo rápido que pasa según qué circunstancias, porque la siguiente era: “¡Sal del agua, que ya llevas mucho tiempo!” o “¡A recoger, que nos tenemos que ir!”.

Qué rápido pasaban los días de playa

A qué venia aquello de salir del agua o tener que irse, si, en nuestra percepción, hacía poco que habíamos entrado en el agua o que habíamos llegado. ¿Por qué los días de playa no duraban lo mismo que los de colegio? ¿No sería mejor pasar los domingos a los lunes para que fuesen más largos? Eran los pequeños misterios de aquellos días de infancia, que aún hoy nos persiguen.

Imagen Patricio Hurtado en Pixabay

Castillos de arena

Corros de niños se reunían en torno a un castillo de arena, a una compuerta para intentar cerrar el paso a la crecida de la marea o para dar patadas a una pelota en la orilla. Hoy, en un arenal de un kilómetro de largo, hemos visto una niña de no más de tres, cuatro años absorta en la construcción de un castillo.

Se notaba que se lo había preparado un adulto, pero se había quedado sola haciéndole todos los arreglos que consideraba necesario. A su lado pasaban personas adultas en una y otra dirección, que paseaban cerca del agua. Pero ella se encontraba abstraída en su castillo encantado, separado del resto del mundo por un amplísimo foso imaginario. Más adelante vimos otro castillo. En la construcción de este intervenían dos o tres niños. Fueron los únicos.

Los otros niños estaban salpicados por la playa con sus padres y sus madres, con sus familias, rodeándose y relacionándose todo el tiempo con los adultos.

No cabe decir que no disfruten de la playa, porque un niño/niña necesita poco para evadirse y vivir sus fantasías; pero la playa, por estas latitudes, ya no es aquel parque acuático improvisado donde los niños se encontraban y relacionaban.

Ahora es un lugar en el que personas mayores toman el sol o pasean tranquilamente por la orilla y unos pocos niños, en franca minoría, juegan con pautas de adultos.

Obviamente, en otras épocas y hoy en otros lugares donde los índices de natalidad son mayores y abundan las familias numerosas, los niños/as gozan de otra libertad, pero también estaban y están expuestos a una mayor desprotección.

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